Cada reforma fue alguna vez una opinión privada
                                          (Ralph Waldo Emerson, Ensayos)

A finales de los años ‘60s Guantánamo era un pequeño Liverpool. Quizás esta afirmación sea válida para casi todas las ciudades latinoamericanas de la época, y tal vez algunos se atrevan a decir que dicha semejanza está traída por los pelos, pues Liverpool es un puerto de mar y Guantánamo no lo es, pero las razones que me llevan a aventurar esa idea son mucho más complejas y trascienden lo geográfico, porque el primer punto de contacto entre las dos ciudades está en que ambas fueron por mucho tiempo ciudades olvidadas (Guantánamo aún lo es). Liverpool había visto pasar sus mejores años cuando el apogeo del Imperio Británico y se había convertido ya en 1800 en la más rica de las ciudades inglesas, mientras Guantánamo tendría su máximo esplendor en la década previa al triunfo revolucionario de 1959. En aquel entonces la ciudad conoció un creciente desarrollo y sus ritmos de incremento en muchas actividades competían incluso con La Habana, ciudad capital también pujante.

Guantánamo mostraba entonces con orgullo su desarrollo, y era ilustrada en murales con la frase “Una tacita de café”, recordándole al viajero que era allí donde se tomaba el mejor café del mundo (los cubanos acentuamos un poco más el proceso de tostado -dark roast -, y le ponemos azúcar al espresso italiano, hacemos el trago más dañino pero con eso nos vamos al cielo). Llama la atención además que Liverpool encontró sus primeros problemas cuando entre 1845 y 1849 una gran cantidad de refugiados irlandeses en camino a América invadió la ciudad y produjo un colapso no sólo económico sino también de salud pública, debido a los efectos combinados de hambruna, sobrepoblación y pobreza. La ciudad nunca se recuperó totalmente. Guantánamo también tuvo sus grandes tropiezos relacionados con un éxodo similar y hacia la misma América, aunque el éxodo en este caso se debió a diferentes razones: la creciente radicalización del proceso cubano que nos llevó a una dictadura comunista, y localmente arrasó con todo, provocando un creciente éxodo que aún persiste. De aquella ciudad, estigmatizada por sus vínculos con Estados Unidos, había que irse a como diera lugar y en cualquier dirección. Muchos se fueron al exilio, otros a La Habana, creo que la mayoría a la cercana Santiago de Cuba. Los que entonces vivíamos allá teníamos conciencia de la depauperación creciente de la otrora pujante ciudad, y nos hicimos eco del lamento de Feliciano en la canción “Qué será”, que fue prontamente prohibida del dial: “…ya mis amigos se fueron casi todos/ y los otros partirán después que yo…”. Recuerdo ahora las tardes de mi adolescencia, las calles desoladas en camino al pre-universitario, llenas de polvo bajo un sol ardiente y un hermoso cielo azul, los establecimientos en otro tiempo con incesante actividad comercial ahora cerrados y con aquellos absurdos pero contundentes carteles “Estamos pa’ la caña”, y mis intentos por escapar de aquel tedio permanente. Valdría la pena intentar recrear una mente adolescente de entonces y sus contradicciones más agudas: el intento por entender lo cercano circundante en franca depauperación, un acendrado idealismo que empuja a soñar en un mundo mejor diseñado y sin desigualdades, un conflicto familiar por el cuestionamiento permanente a lo tradicional incluyendo lo religioso, una inconfesada insatisfacción sexual en tensión con la pretendida superioridad moral de sus mayores… Afuera, el mundo hierve: el movimiento hippie y el festival de Woodstock, la lucha por los derechos civiles y la muerte de líderes negros, la descolonización de países africanos, la primavera de Praga y la posterior invasión soviética, las insurrecciones estudiantiles en la Sorbona y en Columbia, la masacre de Tlatelolco, la guerra en Vietnam y la ofensiva del Tet, la conquista espacial y el primer hombre en la Luna… una lista enorme, mientras en Guantánamo pasa lo peor, una lenta e inexorable subsidencia.

Liverpool recuperó su lugar de fama temprano en los ‘60s, cuando los inolvidables Beatles reinventaron el rock & roll, le agregaron una vocación más cosmopolita que incluyo los sonidos newyorkinos del Tin Pan Alley primero y más tardes timbres orientales, dieron más espacios a los solos de batería, bajo y guitarras, y también cambiaron el modo de vestir y el corte en el peinado, una revolución cultural de carácter claramente semiótico, porque quienes no adoptaban los nuevos signos representaban la vuelta atrás, algo que
los chicos de Liverpool laborrecían. En Guantánamo, en Cuba entera, los representantes del poder entendieron el mensaje de absoluta libertad que parecían proclamar los nuevos signos, y se aprestaron a la más estúpida de las represiones jamás vista: se pusieron en contra del idioma inglés, de las nuevas canciones al amor libre, de los jeans, de las minifaldas. Reinventaron entonces, a finales de 1965, los campos de concentración, eufemísticamente llamados UMAP, para todos aquellos al compás con los nuevos aires foráneos; en una frase breve, la emprendieron contra la juventud; cuando se dieron cuenta del craso error cometido, trataron de suavizar el tono pero ya era demasiado tarde, habían puesto al descubierto la nota totalitaria que impondrían durante los años por venir y que se llevaría lejos cada una de nuestras libertades civiles. Habían enseñado las garras cuando aquella joven generación sólo había pretendido redefinir la manera de ver el arte, la literatura y el amor. Sus garras arremetieron contra lo sublime, por eso resultaron ridículas, y fueron ante todo criminales, algo que nunca más dejarían de ser, aunque hayan quienes hoy en la Isla pretenden borrar ese pasado.

Se apresuraron entonces, ya 1967, a convertir los campos de concentración en unidades militares, y hubo una relativa apertura a la música foránea sobre todo en español; esa apertura disparó la formación de grupos musicales locales al mejor “estilo beatleriano”, y Guantánamo no fue excepción. La ciudad se pobló de grupos entre los que destacaron “Los Ases” con su guitarrista Ángel Savón, “Los Deltas” con un acordeón devenido organeta a través del uso de una bomba de vacío, “Los Brauet” y su inclinación por interpretar canciones del rock inglés…más tarde Ángel Savón se iría de “Los Ases” para formar el grupo “Los Golpes” con una mayor tendencia al rock progresivo, mientras los primeros evolucionarían hacia un trabajo más vocal y serían los primeros en alcanzar status profesional. Recuerdo como pasábamos las noches de sábado intentando ‘colarnos’ en alguna fiesta donde uno de esos grupos alternaría con los discos de Paul Anka, Nat King Cole, Elvis Presley, Los Camisas Negras, Manolo Muñoz… aún no conocíamos de las antediluvianas reproductoras de cintas soviéticas que nos permitirían luego disfrutar de canciones más contemporáneas, y se hicieron favoritos aquellos discos rusos o búlgaros, de plástico azul, donde por gracia casi divina podíamos encontrar canciones como “Girl” de “Los Beatles” o “Something Stupid” interpretada por Frank Sinatra y su hija Nancy. Los años entre Abril de 1967 y Abril de 1971 fueron de una relativa apertura porque sólo por medio de la música, el cine y la literatura foránea pudimos lidiar y sobrevivir un ambiente cada vez más hostil. La primavera de 1971 traería el Primer Congreso de Educación y Cultura donde los represores de siempre volverían por sus fueros. Con cierto rigor podría decirse que dicho congreso representó una revolución cultural al mejor estilo maoísta; quienes ahora pretenden revivir el eufemismo de llamarle a lo que le siguió “El Quinquenio Gris” olvidan lo terrible que fueron los años precedentes y los por venir en cualquier rincón de Cuba, y especialmente en Guantánamo, donde se creó uno de los campos minados más grandes del mundo y donde muchos de mis condiscípulos se arriesgaron para escapar de aquel régimen despótico. Otros muchos perdieron allí la vida en una historia que espera para ser contada.

El despotismo (¿ilustrado?) instaurado entonces se caracterizó por un centralismo total a partir de la estatización casi completa de la propiedad, la sustitución del estado de derecho por la razón de estado, el reemplazo de lo ético por una ideología intolerante, y la creación de una igualdad social servil al estado. La sociedad civil fue aniquilada lográndose una estabilidad política basada en el sometimiento de toda la población a los decretos ‘revolucionarios’ y a la propaganda a favor de un estado de guerra permanente. En dicho ambiente los escritores y artistas eran forzados a crear obras en un tono manifiesto de loas al proceso social en que estaban inmersos y cualquiera que se atreviera a hacer lo contrario era estigmatizado y apartado del redil. Me limito al ambiente literario por razones de espacio: Los casos Padilla y Arenas son ahora los más conocidos, pero en aquel aquelarre cayeron en desgracia otros escritores como Norberto Fuentes (“Condenados de Condado”), Eduardo Heras León (“Los Pasos en La Hierba”) y Antón Arrufat (“Los Siete contra Tebas”), entre otros. El poder político en la Cuba actual parece haberle perdonado a algunos de aquellos escritores sus actos de desobediencia, y estos nuevos perdonados continúan haciéndole juego al aparato que antes los censuró brutalmente y ahora logra reprimirlos sin ellos apenas percibirlo, a través del más eficiente método carcelario, “El Panóptico” de Jeremy Bentham, un tipo de prisión donde el prisionero percibe la presencia omnisciente e invisible de su carcelero y esa percepción lo lleva a convertirse a si mismo en su propio guardián. Libros ya clásicos como “1984” de George Orwell y “Disciplina y Castigo: El Nacimiento de la Prisión” de Michel Foucault, así como la trilogía fílmica “The Matrix” son ilustraciones de cómo un estado policial puede llegar a controlar a los ciudadanos quienes pierden primero la civilidad y después la virilidad para degradarse sin remedio. ¿No es el término Quinquenio Gris un eufemismo?

Aunque creo que me he extendido demasiado en mis consideraciones polito-lógicas sobre la esencia del poder despótico, quisiera presentar una última consideración. Todo poder despótico, sea éste político o religioso presenta ciclos donde la intensidad de la represión varía de acuerdo con las condiciones circundantes (los aparatos represivos evitan las crisis por medio de una sintonización permanente enfocada a contrarrestar la auto-poiesis de los reprimidos sin aniquilarlos totalmente a menos que estos se vuelvan antagónicos al status quo, una actividad que podríamos denominar antipoética). Esto explicaría los ciclos donde alternaron la tolerancia por las nuevas ideas y formas (Abril 1967- Abril 1971) con las represiones más feroces (UMAP: 1965-1967; período 1971-1976). A partir de 1976, con una creciente sovietización de la sociedad cubana y la institucionalización del poder alrededor del Partido Comunista, el Panóptico de marras estaba ya finalmente en operaciones. Sólo los aires frescos de la Perestroika y la Glasnost una década después vendrían a poner en crisis para siempre aquella pesadilla nacional a la que nos llevó el totalitarismo y que aún perdura, pero eso es tema de debate para otra de mis memorias estacionales.

Recientemente conocí de la muerte de Ángel Savón en mi ciudad natal, una muerte temprana que se llevó a uno de los iconos más importantes de aquella etapa ya descrita a comienzos de este mini-ensayo. El flaco y largo de Ángel se atrevió a deleitarnos con versiones de las más hermosas canciones de nuestro tiempo entre las que destacaron “Crimson and Clover” (“Miriam” entonces para nosotros) de Tommy James & The Shondels y “While My Guitar Gently Weeps” de George Harrison. Entre nosotros existía el mito de que los acordes de la guitarra prima en esa canción no podrían copiarse por alguien que no tuviera la partitura, y aquel oído maravilloso del flaco se encargó se demostrar nuestro error: allí estaba con nosotros ‘el llanto de su guitarra’. Recuerdo la última vez que hablé con él, en su rincón de Beneficencia cuando en el Otoño de 1996 Gustavo “La Sopa” Fernández le pidió a Lilly en una canción desgarradora que no se fuera. Fue aquella noche en que intuí las semejanzas entre Liverpool y mi ciudad natal, mientras Ángel jugaba con la guitarra y el teclado electrónico. Siempre creí que para él, mucho más que para cualquiera de nosotros allí, las consecuencias que se derivaron del siniestro Congreso de Educación y Cultura de 1971 habían sido peores, porque a partir de entonces estuvo obligado a tocar música típica cubana y evitar las incursiones en el rock. Sin embargo, él me confesó que había descubierto muchos puntos de contacto entre la música norteamericana y la música cubana, contactos que pasaban por la acentuación de los golpes pares del patrón rítmico 4 x 4 y que llevaban a un sonido sincopado, notas vocales abrasivas, la repetición barroca de los estribillos, y la presencia del contrapunto en la armonía, términos obscuros para mí que me mostraron la profesionalidad y el respeto que Ángel tenía por la música. Aquel músico guantanamero era matamórico, chapotínico, sonoro-matancérico y beatleriano como su compatriota Willy Chirino, quien descubrió las mismas cosas en su exilio miamense. Me aventuro a decir que este último llegó a sus convicciones desde la nostalgia que siempre ha vivido y que confiesa en sus canciones, mientras por otro lado Savón llegó a una concepción semejante de la música por ser víctima no de la nostalgia y sí de la represión, aunque nadie sabe que nostalgias mi coterráneo se llevó a la tumba. Ambos casos demuestran la infalibilidad de la canción.

El poder despótico pretende convencernos de que el hombre es definido por sus limitaciones, cuando en realidad lo es por sus percepciones, por los esfuerzos y acciones que despliega para hacer realidad sus sueños, y por la empatía y solidaridad que muestra ante sus semejantes. Los seres humanos tenemos como tarea principal la resolución de problemas. Por eso dicho poder nos teme, porque sabe que cada uno de nosotros es capaz de visualizar adonde queremos llegar y las vías que necesitamos para lograrlo. Por esas razones todo poder despótico está condenado a perecer porque resulta un sistema cerrado. El largo invierno es siempre seguido por una hermosa primavera que trae nuevos bríos a la vida y que termina por destruir el cerco. Aquí están de nuevo las tormentas vespertinas de la nueva primavera que eventualmente realizarán aquello que muchos años antes aventuró el meme chirínico: “ya viene llegando”.

Arquímedes Ruiz Columbié, San Angelo, Texas, Marzo del 2007 (publicado en La Peregrina en 2007 y republicado en la presente entrega 2010)

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