Cecilia Bartoli


Como los espíritus, escoge
para manifestarse momentos que escapan a nuestra comprensión,
momentos que en sí carecen de importancia
y sólo trascenderán por haber creído ver en ellos
la confirmación de algo que no esperábamos entonces
pero que presentíamos.
Para nada le importamos, somos meros humanos,
mortales muy por debajo de ella,
y no nos implica en la complicidad: con toda seguridad
lo que siento yo no lo sientes tú.
Es como si un ojo mágico filmara el instante: me desprendo
de mi cuerpo y estoy a un lado grabando para siempre
lo que en ese momento siento.
Cuando te lo he contado, tú no has dicho nada.
Y me has mirado con una cierta suspicacia, hasta con recelo,
y todas mis artes de quiromancia evolutiva
se han vuelto nada para adivinar lo que pensabas,
o si acaso pensabas.
Pero Cecilia Bartoli lucía tan cercanamente espléndida
en el vídeo que habías traído,
que tal parecía que cantaba para nosotros,
apretadinhos, entre las sábanas azules y el cansancio del jetlag,
después de meses de distancia que parecieron una eternidad.
Comadres en el balcón


Me despertó hoy una algarabía de comadres en el balcón.

El serpentino jazmín con la frágil cala, la cinta bicolor;
las magnolias abrían y cerraban sus flores blancas
como un reclamo de neón,
y el amor de hombre miraba al cielo
alborozado como enérgicos falos juveniles.
Después de dos días soplando sobre la ciudad
el impío viento del Sáhara,
que más parecía una bocanada del infierno
que una simple visita inoportuna,
llega la lluvia a mojar el extraño polvo del momento,
ese hollín citadino hecho de tubos de escape
y altas chimeneas lejanas pero poderosas
y de las poco aseadas costumbres medievales
del Magerit que se niega a desaparecer
y permanece sin conciencia al lado del petróleo
y las perniciosas palomas urbanas disfrazadas
de toque pintoresco para la turba de los turistas
que procuran el flash del souvenir.
Ah, qué delicia estas mujeres locas en el balcón...
este frescor matutino que endurece los pezones
como cuando mi amado se levantaba
recién salido el sol por el este fiel y eterno,
que todavía está allí como su presencia en el corazón,
o como el olor de la tierra húmeda
que avisaba el final de la infancia.


David Lago González

Transparencia, dualidad inmersa


A veces me siento tan transparente como María Zambrano
cuando Lezama la pintaba lo mismo en La Habana
que escurriendo la arena entre sus dedos en San Juan de Canicosa.
La misma contemplativa ausencia
de los chicos de Sorolla a la orilla del Mediterráneo,
salados por la ola tímida que va y viene
y enardecidos por sus culos en ristre mirando al horizonte
como un pelotón de soldados asustados.
Qué suave inocencia en puntos tan distantes
que ni imaginarse pueden
y sin embargo rozan una extraña igualdad,
pactan un insólito y malvado matrimonio
que les lleva a intercambiarse besos de un arsénico invisible.
La vida en livianas alegrías se recrea.
La yema de los dedos roza,
acaricia la piel en el punto en que el labio
quedó prendido, prendado
de la confidencia por un secreto en cicatriz inapreciable
que me hace dulcemente sonreír
y mirar hacia dentro en busca de la dualidad inmersa
de la transparencia.
David Lago González