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La Peregrina Magazine (c) Todos los Derechos Reservados, 2008-09

Gertrudis G. de Avellaneda

J. FÉLIX MACHUCA
11-12-2008 04:26:42

SI algo o alguien no lo remedia, los restos mortales de Gertrudis Gómez de Avellaneda serán exhumados de su abandonado sepulcro en el cementerio de San Fernando para cruzar el Atlántico y reposar definitivamente en Cuba. Les adelanto que Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una de las escritoras más intensas de nuestro siglo XIX, hija de un español de Constantina y de una criolla camagüeyana. Junto con Blanco White y Antonio María Fabié, el de Triana, integran el trío abolicionista más comprometido y destacado de la Sevilla decimonónica. Y es posible que nuestra escritora, tan sensible quizás a lo que vio y vivió en sus años cubanos, sobrepasara en compromiso antiesclavista a Blanco y a Fabié. Solo así podemos entender que Tula, como la conocen cariñosamente los cubanos, fuera la primera escritora que osara tratar de la abolición en su novela «Sab», donde una dama blanca encuentra en un esclavo negro su amor más imposible. Es probable que parte de esa novela fuera escrita o corregida en Sevilla. Y con entera certeza les adelanto que semejante trasgresión literaria, política, social y de autor (una mujer abordando ese tema y de esa forma) se escribe diez años antes que la presuntamente pionera «Cabaña del tío Tom» viera la luz y también cuarenta años antes de la abolición de la esclavitud. A sus pies, mi señora...
Me cuentan que en nuestro Ayuntamiento ya existe ese papel que permitiría el viaje de vuelta de la magnífica escritora a su patria. ¿A su patria realmente? Cuando la Avellaneda muere en 1873 la isla bonita es aún provincia española y lo será hasta 1898, año en el que se pierde Cuba junto con los retales del ajado mapa de ultramar. Nunca mostró simpatías por la insurrección cubana. Es por tanto española desde que nace hasta que muere aunque, desde principios del siglo XX, el nacionalismo cubano ha intentado asimilarla como algo propio, como algo tan cubano como el pájaro zumsún o el machete del mambí. Es cierto que en los aires literarios de la Avellaneda brinca el tibio y dulce aliento del criollaje. Pero no menos que la querencia del viejo solar español donde triunfa como poeta y autora teatral. En Sevilla escribe (nunca mejor dicho) una historia de amor desesperada, dolorosa, de huracanadas pasiones. Los amores de Tula e Ignacio de Cepeda se registran en un epistolario que cifran el alma de cristal y la voluntad de hierro de aquella escritora que, aún hoy, y siendo lo que fue y representó, no ha sido reivindicada por ninguna asociación feminista. Y eso que hizo con su alma lo que pudo, con su libertad lo que quiso y con su corazón un manifiesto donde en letras gordas se leía lo que la Avellaneda reivindicaba: la libertad de la mujer y la libertad de pensamiento.
No era cubana la Avellaneda. Era hispanocubana, que es otra cosa muy por encima de los discursos de la política y de los hombres. Y que como tal unía dos orillas desde el almíbar de sus palabras. Pero el papel para exhumar sus restos me aseguran que existe. Y que la Avellaneda podría abandonar Sevilla pese a que, en su tercer y definitivo testamento, dejase claro que quería descansar aquí junto a Domingo Verdugo, el hombre que mejor la entendió, amó y respetó. En este punto testamentario han parado todos los intentos previos de exhumar a Tula. Uno de esos intentos fue el de Dulce María Loinaz, que respetó la voluntad testamentaria de la escritora. ¿Se respetará también ahora? Estas cosas de remover huesos y en este caso tan maltratados en vida me provocan cierta tristeza. Quizás mucha tristeza. Y me gustaría ver esa tumba a la altura del compromiso personal y literario de Tula para darle a su memoria un poco, tan sólo, de lo que con tanta generosidad nos regaló aquel bellezón que paseaba por el Cristina con profusión de encajes y quitasol de seda en la primavera sevillana... A sus pies, mi señora.