Obducción
Para Elena Tamargo
Esta no es la herida, la puerta del dolor.
El filo que la carne separa
en dos labios que sangran el más grande silencio,
puede ser el filo de la ira,
la soberbia de disputarle a Dios el acceso irrestricto
al santuario de nuestra necrosada intimidad.
Una cavidad, abierta como el cielo o las aguas,
para que puedan conducirnos a través de un mar de vísceras
o un desierto de cálidos humores.
¿Qué muere en cada secreción?
Tal vez el aliento de un dios que reducido
a la coronación sin gloria de la desesperanza
se deshace; tal vez el miedo,
el temor atávico a lo desconocido.
¿Qué en la sangre naufraga?
En la sangre, igualadora de almas [1], que administra usurera
dones y miserias,
qué otras diferencias se diluyen, qué virtudes
dotan a la escritura sobre la piel sangrando
del dogma en que hemos de creer.
Caminar hacia el extremo menos cálido, donde abundan
ya inútiles colonias de antiguas incursiones,
recorridos impúdicos de la mano,
explorando zonas en que maduraban las espigas del placer.
Alejarnos de sitios conocidos, aventurarnos
en la oscuridad
en que ya se desmorona
la arquitectura turbia de la carne,
los huesos frágiles de nuestra existencia,
no puede ser realmente
el acto único para el que fuimos destinados.
Heriberto Hernández Medina
[1]…y la honda plaza igualadora de almas… / Jorge Luis Borges, Fervor de buenos aires (1923)