Deprimente, ese cuadro abandonado en los senos de una sala putrefacta. Laureado por los numenes de la mugre y las moscas de Lázaro entre los gajos del corazón partido y lo que queda de la barba. Su cruz no es de madera sino de telarañas /la sangre no es su sangre sino algo descolorido. El polvo se amortigua sobre la cara pálida y las cucarachas, como de costumbre.
II
¡Padre nuestro, que pocos se acuerdan de ti, que pocos! y las horas siguen corriendo más allá de los mitos que se pudren en el estiércol de los siglos; y en los entornos del marco, el candor se desdibuja en el rostro de ese Cristo, absorto ante la cruz /que le robó la sombra. ¡Que tanto hiere el olvido, que tanto hiere!