Una fecha para recordar.
Por María Eugenia Caseiro
El 10 de julio de 1928 es una fecha que debería inscribirse con letras de oro en las páginas de la Literatura Cubana. Ese día nació Luis Ángel Casas, un hombre que ha dado gloria al verso y la literatura hispánica en abundancia. Hoy el débil hilo de su vida pende de un respirador artificial, pero quien dedicó su existencia a engrandecer nuestras letras no puede ni debe morir jamás. Por eso quiero aprovechar la oportunidad que me brindan estas páginas para destacar aspectos reveladores de una persona excepcional aunque para ello tenga, por cuestiones de espacio, que abreviar lo inabreviable y que limitar lo ilimitable.
Contaba apenas con días de nacido cuando murió su madre. Luis Ángel Casas fue criado por su abuelo paterno, Luis Casas Romero, extraordinario compositor y flautista de quien hablaba con vehemencia. La vena del arte se desbordó en Casas a temprana edad. Desde muy joven, como señalara Guillermo Cabrera Leiva en el Diario Las Américas: Luis Ángel Casas es “un consagrado poeta y cuentista, con creciente fama nacional y continental”.
El 23 de abril de 1965, Día del Idioma, en Sesión Pública y Solemne, a los treinta y seis años de edad, Luis Ángel Casas leyó su discurso de ingreso en la Academia Cubana de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia Española, titulado La palabra poética y escrito en verso (setenta octavas reales). En aquella oportunidad Chacón y Calvo, entonces Director de la Academia Cubana expresó: “Sus conocimientos de métrica clásica dan categoría de humanista al joven académico”. El discurso de Casas según expresó posteriormente Chacón y Calvo, “una lectura singular, sin otro precedente que el del ingreso en la Real Academia Española de don José Zorrilla” y “la más apasionada defensa de la cultura occidental”, recorrió el mundo.
En 1991 El Nuevo Herald publicó una novela en doce capítulos sobre la vida de Luis Ángel Casas, siendo éste el único protagonista vivo en una larga serie de novelas publicadas por el Herald sobre personajes célebres. De acuerdo con dicho diario, Trece cuentos nerviosos, de Casas, llegó a ocupar el primer lugar entre los libros más vendidos de otros autores, incluyendo a Gabriel García Márquez.
Se considera que Casas es precursor de Borges en la narrativa moderna hispanoamericana. La primera edición de Trece cuentos nerviosos fue registrada en Cuba en 1954, y los trece cuentos fantásticos de Borges se publicaron veintiún años después, en 1975, en El libro de arena, obra que, junto con la colección de cuentos El informe de Brodie (1970), del propio Borges, contiene lo más representativo y depurado de esa narrativa, de la cual se ha dicho erróneamente que influyó en la que Casas ha venido cultivando desde mucho antes. “El libro de arena es mi única obra. Incluye trece relatos. Un número casual o fatal; no creo que mágico” –son palabras de Borges recogidas por Roberto Alifano en Borges, biografía verbal.
Casas fue nominado en 1994 para el Premio Nóbel de Literatura. Sus Cuentos de Horror y su novela Los músicos de la muerte (1989) llevan la mágica impronta de Poe, según Galo Herrero. Inventor de la Rima Potencial, cuenta entre muchos otros logros el de haber sido el primero en realizar un estudio científico sobre el ritmo en la “poesía negra” de Góngora y el de haber sido no sólo el primero, sino el único, en lograr una “versión homófona” de Las Campanas, de Poe, antes de ello considerada imposible.
Entre sus más famosos poemas se distinguen Pepe del Mar, considerado “el más musical de la pasada centuria”; El olivo, llamado en su momento “el poema del siglo”, y El Faro: “uno de los poemas líricos más bellos del mundo”.
Este 10 de julio celebraremos una vez más el nacimiento de un hombre que no solo es orgullo de la Literatura Hispánica sino que ha enriquecido la Historia.
El faro
En medio del mar era un faro: un faro en la roca desierta;
y dentro del faro otro faro: mi triste pupila despierta.
El viento nocturno invocaba las cosas que nadie conoce.
El viejo reloj en el faro sombrío marcaba las doce.
Las olas medían el faro con vara de saltos violentos:
-las olas, que nunca han medido la hondura de mis sentimientos.
Y yo, con la pluma en la mano, sentado a mi negro pupitre,
quería captar el mensaje cifrado en espuma y salitre.
De pronto escuché la sirena profunda y serena de un barco.
Quedé pensativo un momento; mis nervios, cual flecha en el arco.
¡Yo bien conocía el lamento por nadie jamás percibido!
¡Gemido que hablaba de muerte, de amor, de dolor y de olvido!
Entonces, cerrando los ojos, sentí como etéreo contacto;
y abriéndolos luego, me dije: “Aquí todo encuéntrese intacto,
igual que cuando ella vivía”. Y esclavo de cruel espejismo,
me dije también: “¡Todo intacto, mi amor, pues mi amor es el mismo!
Después, recordando la fecha, fatídica y fúnebre fecha,
me puse a entonar, por el faro, febril y fantástica endecha:
“Hoy hace siete años, mi amada, pues hoy como ayer me lo advierte
la triste y serena sirena del barco invisible: la muerte.”
Busqué, ya en silencio, tu imagen: ¡no vi tu retrato en el marco!
Mi rostro busqué en el espejo… ¡y allí reflejábase el barco!
El barco tenía siniestras banderas que fueron mortajas.
¡Oh noche en que por vez primera vi el barco invisible en que viajas!
El barco pasó frente al faro. Lo vi detenerse allí enfrente.
Lo vi, mas no ya en el espejo, ni en sueños que forja la mente.
Lo vio mi pupila de faro: mi triste pupila despierta.
Y frente por frente quedaron el barco y la roca desierta.
Un coro surgió de ese barco. ¡Oh mística música en calma!
Y yo entre las voces del buque buscaba la voz de tu alma.
No sé cuánto tiempo, o si el Tiempo también o tampoco existía.
Mas yo te esperaba, lo mismo que los moribundos el Día.
Y en vano mi vieja ventana se abría en el viento por verte.
El viento tenía la misma figura inmortal de la Muerte.
El viento nocturno, que hablaba de cosas que nadie conoce.
¡Y el viejo reloj en el faro seguía marcando las doce!
¡Ah, cómo llegar hasta el buque…yo, solo, en la roca desierta!
¡Ah, cómo llegar si se había parado la Hora en mi puerta!
¡Y tú, de azucenas y lirios vestida en el fúnebre barco!
¡Y yo, ya sin rostro ni espejo, aquí, junto al hueco de un marco!
Aquí, siempre aquí, ¡ya por siempre! Y tú siempre allá, sin que un roce
de besos y alas nos junte. El viejo reloj da las doce.
El buque encalló frente al faro… y el Faro soy yo, Faro infausto
en donde hoy arrastra cadenas de penas mi espíritu exhausto.
Y el mar da con furia en el Faro. No fulge en mi fiebre la aurora.
Oyéndose sigue la aciaga serena sirena sonora.
En medio del mar sigue el Faro – el Faro en la Roca Desierta-,
y aún sigue girando en el Faro mi triste pupila ya muerta.
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María Eugenia Caseiro. Narradora y poeta cubana. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, de la Unión Hispanoamericana de Escritores, de la Asociación Caribeña de Estudios del Caribe y Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía y el Consejo Editorial de La Peregrina Magazine. Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Ha participado como jurado en certámenes literarios y obtenido reconocimientos por dedicación a la difusión de la cultura. Premio José María Heredia 2007, Primer Premio Narrativa Artesanías Literarias, Primer Premio Poesía Carta Lírica 2011. Ha publicado Nueve cuentos para recrear el café, en versión bilingüe, español y francés, y el libro de poemas, ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta, que reúne varias épocas de su poesía.