Elena Tamargo: debut y despedida


La Habana tenía entonces la mirada de una amante esquiva. Cinco años después de aquellos cinco años universitarios, llegar hasta sus barrios más populares, digamos Marianao o Santo Suárez resultaba una epopeya en La mayor sostenido. "La" por ser la nota más cercana al grito arrancado entre empujones y otras violencias cotidianas del conocido "camello" que transportaba y transporta a los mortales de la capital cubana. Pero lo conseguimos. Llegamos mi muchacha de entonces y yo hasta la casa de Susana Montero, quien para entonces- y a pesar de la fecha de vencimiento enorme y roja de la visa estampada en el pasaporte de su vida- era LA autoridad en estudios de género en la isla.

Con Susana y Guillermo (su esposo) hablamos de todo, comimos como reinas, discutimos el porvenir del feminismo cubano y viajamos a México y allí, entre historia e historia del Colegio, entre memoria y memoria con sabor a tortilla fresca, chilaquiles, frijolitos fritos y carnitas, llegó, en sus voces y la del niño Bryan (hijo del matrimonio anfitrión): Elena Tamargo.

Vecinos como habían sido en la capital azteca, tenían miles de historias que contar de Elena. Para mi novia, poeta ejemplar, ella era una (otra) poeta de aquellas pocas que tendieron puente de plata a su generación, conocida hoy como 'De los ochenta'; para mí, absolutamente todo lo que pasaba en aquella mesa, era presagio de un tiempo que vendría y resumiría lo que esos relatores de lujo derrochaban sobre mi alma aún con fuerza para soñar: yo iría a estudiar al Colegio de México, yo conocería a Elena, yo devoraría las tortillas de maíz...

Pasaron unos pocos meses y efectivamente llegué a la Ciudad de México, una de las pocas en las que nadie me ha esperado. El propósito de mi viaje era un evento al que había sido invitada, pero estando Odette Alonso fuera de la urbe, el propósito real se venía abajo. Y es que yo iba buscando a aquella Elena construida en la mesa de los Montero, aquella poeta que sin duda alumbraría mi camino hacia otros muchos que habían salido de la isla en fechas similares, buscando el amparo que el gigante país, conector entre dos mundos (dos abismos) les daría. No estaba Odette y por ello no hubo migajas de pan en mi elénico bosque, el viaje casi pudo no haber sido.

Y entonces vino la tormenta más feroz que hasta hoy viví y fue otra vez México y aunque Odette estaba y me acogió, solo tuve ojos y fuerzas para buscar mi paso hacia el abismo norteño y ni siquiera pregunté por la poeta, sin saber apenas, que siempre, siempre, hay otros planes.

Es entonces el verano del 2009 y Miami me recibe apuradísima y sé que habrá un homenaje a Osvaldo Navarro al que no podré ir, pero sí estará mi nuevo amor y vienen con ella de regreso hasta New Jersey cientos de fotos en donde aparece la poeta, Elenita, con el pelo rapado, con la sonrisa más imaginablemente dulce, con su ignorancia de cuánto la he buscado por el mundo y como agua clara que es, se me ha desvanecido siempre entre los dedos.

El resto habla de mí haciendo una campaña en internet para que me regalen un dólar de esperanza para su última y fallida cirugía. El resto habla de una noche en el Versailles en donde me comí tres innecesarios flanes y me reí tan alto como pude para que nadie (sobre todo yo) no escuchara el dolor punzante que me causaba su frágil presencia, al fin posible. El resto es ella en el teléfono diciendo: "Mabelita, cuando me ponga bien iremos Manny y yo a verlas a Maya y a ti y les llevaremos pasteles de guayaba". El resto es que no supo escoger otra fecha para dejarme, buscándola, como aún estoy, que aquella semana en la que también muriera mi abuelo. Y aunque estoy cerca y puedo ir a besarla, no lo hago. Y es que sé que mi beso traerá el beso de muerte que le está esperando para 48 horas más tarde y será un regreso a la de Susana o Nara -idénticas, innecesarias, absurdas y gigantes en el calendario.

Y me resisto porque sigo en aquella mesa habanera con Laura, Bryan y Guillermo, los supuestamente vivos... porque estoy esperando a que Odette regrese de ese viaje y me dé tu teléfono y nos veamos en el Zócalo o Coyoacán, porque te veré en el 2006 antes de cruzar la frontera y me darás el más largo y necesario abrazo, porque mandaré mi habitual prisa a la basura y te iré a encontrar en ese homenaje a Osvaldo y seré quien tome las fotos, porque estaré pidiendo dinero para tu fiesta de regreso, porque te haré una trenza larga y en Versailles no tendré miedo de que esa noche sea nuestro debut y despedida, porque estoy, aquí, Elena, y junto a Maya, esperamos esos pasteles prometidos... no jodas, eso no se hace.

                                                                              mabel cuesta


La Peregrina Magazine