La Peregrina Magazine (c) Todos los Derechos Reservados, 2008-09
Las flores del mal
Abre la tarde en el
jardín sus postigos de lirios
y una enorme ventana
que ambiciona la noche
da paso al murmullo
de las rosas,
al canto del grillo,
imperturbable,
que reclama ese otro
tiempo, cuando su esternón
quedó clavado al grito.
La mano de un
fantasma nos convida
al dulzor de la piña
envuelta en tul, al beso
de la enredadera de
cálamos brotando del enigma,
al silbo de la luna burlona
que se mofa del fauno.
La música del bulbo
subterráneo se esparce en el jardín
y la lechuza, de voz
ronca y redonda, cuchichea
la desnudez del gato que
fluctúa en la sombra
como un duende
extraviado.
El gélido cuchillo de
la noche corta la luna en pedazos,
pone bridas al
caballo de su afán que por los siglos,
habrá de cabalgar, la
fusta sobre el anca,
blanca alfombra con
jirones de luz.
Las sombras van
trazando allí un esbozo
-con en ese cartabón
de relámpagos verdes
cual cocuyo
intranquilo que dibuja la elipse-
simulando el deseo de
cegar a los cuervos.
La cigarra, virtuosa
reticente, no cesa de zumbar.
Son las flores del
mal, son en la noche.
María Eugenia Caseiro
3 de diciembre de
2008