Poema dedicado a Reinaldo Arenas en la celebracióndel 20 aniversario de la Revista Mariel, Columbia University, New York, 2003yPoema dedicado a un hombre sentado en un templo de Egiptoque nunca conoció a Reinaldo Arenas (El poema se sorprende con el juego de espacio-tiempo)
Sise oyera el canto en el invierno de las ciudades, tocaría tu túnica para avisarte que puedes escribir sobre el embrujo de esa luz que emana del cuerpo de los hombres. Todo está en orden, listo a repartirse entre los vivos; un reloj en la pared habla desde tu frente como si fueras un iluminado moviendo la ausencia de las cosas. Nadie sabe que pasas por ahí, dibujando ventanas para poder mirar la suavidad de la vida, y chocar contra un amigo que te ofrece el espacio de los inmortales. He sabido que sigues furiosamente cayendo sobre el papel; es el hábito, ¿comprendes? se escribe en las cañas, en las nubes; un pie doblado puede ser también la mejor mesa; cualquier garganta recoge tus palabras y hace los temores pequeños cuadros que se avecinan "en el cantío de un gallo".
Después de mucho pensar, he descubierto la razón de tu intensidad: adorabas, como decía Milton, "el fluir de las cosas"; y en ese todo sin pared, la habitación burbujeaba, atravesando tu mente con los más extraños movimientos.
Saltos de gacela, llaves implorando en una puerta; el té a las cuatro de la tarde decía un verso en el oído de aquel que anhelaba un despertar: volverte Sol, así de fácil, para vivir de aventuras ante la Verdad. No se te ocurra caminar por la oscuridad y perder el beso que te devuelva a la ruta de esta Tierra; pon libros bajo el brazo, un pan por si te da hambre; el canto, ya verás, esta vez será diferente, como te dije al principio, la sorpresa estará en tu mirada y en el agua.