Me había acostumbrado a los latidos, la semioscuridad, el acto de alimentarme por el hueco del ombligo pero sonó la hora una contracción y otra y me sentí girando en mi acurrucamiento Las fuerzas empujaban mi cabeza que rompió los líquidos y los hilos del tiempo El aire sorprendió mi cara y oí mi primer grito que se quedó colgado para siempre a mi piel.