Me había acostumbrado
a los latidos,
la semioscuridad,
el acto de alimentarme
por el hueco del ombligo
pero sonó la hora
                    una contracción
                    y otra
y me sentí girando
en mi acurrucamiento
Las fuerzas empujaban
mi cabeza
que rompió los líquidos
y los hilos del tiempo
El aire sorprendió
mi cara
y oí mi primer grito
que se quedó colgado
para siempre
  a mi piel.


Mireya Robles



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