El Aprendiz
Lo llamaron Pegasus.
La choza de Toribia y Andrés era la primera en verse a la entrada de la aldea cercana a Pucallpa. Sus frágiles paredes nunca pudieron sostener las precipitaciones que azotaban el área. Tampoco había materiales para tapar los agujeros.
Paradójicamente ciertos extranjeros atraídos por el sitio, llegaban hasta allí en balsa para internarse luego en la selva. En sus peregrinaciones acostumbraban a pasar cerca de la choza y entonces Toribia con frecuencia encontraba objetos que los viajeros abandonaban. En esa ocasión el hallazgo fue una revista. Andrés cortó la hoja con el dibujo impreso de un caballo para cubrir uno de los agujeros en la pared. En ese instante otra joven extranjera pasó caminando por el frente y les sonrió con la alegría de quien ve un milagro. Ellos alzaron la hoja para que ella pudiera ver y le pidieron si leía el nombre escrito debajo de la figura del caballo.
Pegasus, les dijo. Y así quedó bautizado el embarazo de Toribia.
Su primer varón nació en el mes de Mayo, cuando las lluvias se vuelven diluvios.
Dicen los curanderos del pueblo que Pegasus perdió a su madre por una infección pulmonar. En cuanto al padre, consiguió trabajo en Iquitos dejando al muchacho junto a sus cuatro hermanos pequeños.
Cada uno jugando en lo suyo, sin advertir que el hermano mayor Pegasus salía por las noches en busca de don Augusto, el yerbero, y no volvía a casa hasta el amanecer. Es cierto, de regreso los niños olvidaban la soledad anterior porque Pegasus compartía provisiones y regalos que los turistas, visitantes del chamán, le daban en agradecimiento ya que él se encargaba de acomodarlos, hablarles de la selva y finalmente beber ayahuasca de un solo trago antes que ellos lo hicieran, para desmitificar los inciertos efectos que la cocción tenía para los principiantes.
La ayuda de Pegasus era ilimitada. Espantaba gatos del monte que rondaban los baños en la madrugada y hablaba con las hormigas para que se retiren de los alimentos. Su figura tísica lo hacía irreal.
Pero fue una tarde en especial cuando los atributos de Pegasus dejaron a todos aturdidos.
Previo al evento a relatar, se cuenta que el muchacho llevaba dos semanas continuas de brebaje sin vómito.
Ese día comenzó a llover desde temprano. Un nuevo contingente bajaba de la balsa emprendiendo la larga caminata hacia la choza de don Augusto. (Pero lluvia en la selva es inundación).
Sin emitir sonido, Pegasus extrajo de su bolsa la cola seca de un lagarto amarillo. Delimitó 5 varas alrededor de su cuerpo en círculo perfecto. Invitó a los recién llegados a entrar en él. Miró las nubes; las movió de tal forma que no lloviera dentro de la circunferencia.
Lo que viene después, narrado también por los participantes, carecía de detalles que explicaran la transformación.
Digamos que la piel de Pegasus perdió pigmento y en un segundo todo su cuerpo achicó hasta desaparecer. Las nubes congestionaron nuevamente el pequeño espacio de cielo abierto y el agua de lluvia borró las marcas del redondel.
Susana Della Latta
Susana Della Latta. Buenos Aires, Argentina. Escritora y artista plástica. Ha publicado el libro de relatos Ojo de Pez, (Editorial Silueta, 2010). Tiene inéditos Sin alquimia (poesía, 2006-2007) y Drupa y otros textos (2007-2010). Radica en los Estados Unidos desde 1986.