Dama con estola y sonrisa
Conocí a Elena Tamargo una noche en casa de Germán Guerra, durante la feria del libro del 2009. No la había visto nunca, aunque sí había leído algunos de sus poemas. Recuerdo que antes de saber de quién se trataba me llamaron la atención dos cosas sobre ella: una expresión de dulzura -real, no una de esas sonrisas fingidas que se estilan- y una estola de piel que llevaba puesta. Como me daba pena celebrarle la sonrisa, me decidí por la estola. “Si mi gato la ve, se la apropia,” le dije. (Yo siempre hablando de mis bichos sin venir al caso). Ella fue amabilísima y no me mandó a freír espárragos, y acto seguido empezamos a conversar. Elena contaba con esa gracia natural de los poetas y de la gente buena y poco a poco su instinto maternal me envolvió como un manto de protección. He sabido que tenía un hijo, y presumo que ha de haber sido muy dichoso con una madre de lujo como ella. Dondequiera que esté Elena, la de la estola y la sonrisa, nunca la vamos a olvidar.
Teresa Dovalpage