El Difunto Fidel
Esta novela surgió como un proyecto teatral para Aguijón Theater, Hasta que el mortgage nos separe. Rosario Vargas, la directora de Aguijón, nos sugirió a un grupo de dramaturgos tomar el tema de La muerte de un viajante y adaptarlo a las circunstancias de un inmigrante latino actual. ¿Qué significa en estos momentos lograr el “American Dream” para un hispano? De ese impulso inicial salieron Philip, Bill, Kathy, Yordanka y la gatófila Dalila.
“Es una novela que atrapa al lector desde la primera página y que además está contada con un gran sentido del humor.” Concejalía de Cultura de Rincón de la Victoria
Éste es el único fragmento de la novela que conserva el montaje original de la obra de teatro. Ahí se revela (o se devela, con mucho pudor, como damisela victoriana al quitarse el camisón de dormir) algo de la doble vida del personaje.
Escena I: Interior.
Oficina de Fidel Carballo, administrador de una empresa perteneciente a la industria alimenticia en Ciudad de La Habana. Hay un buró y detrás de éste una bandera cubana. Fidel está sentado en una butaca de cuero y hojea distraídamente un volumen de El Capital cuando entra un trabajador.
Trabajador: Compañero administrador, no estoy de acuerdo con la sanción que usted me puso por tardanzas injustificadas. ¿Cómo voy a llegar a tiempo con lo malo que está el transporte? Fíjese, hoy me planté en la parada del camello a las seis y media de la mañana y a las siete y cuarenta no había pasado ni uno solo. Por eso...
Fidel (alzando acusador el dedo índice): Sí, por eso llegaste tarde otra vez, aunque se te acababa de sancionar por el mismo problema. ¡Y todavía tienes la frescura de venir con reclamaciones!
Trabajador: Pero, ¿qué culpa tengo yo de que no haya ni un ómnibus? Que sancionen a los choferes, que cuando al fin pasan se llevan la parada y lo dejan a uno embarcado.
Fidel: Los choferes no tienen nada que ver con nuestra empresa y tú lo sabes. Deja de irte por la tangente. (Didáctico): El país se encuentra en una etapa difícil, compañerito, y hay que sacrificarse por el bien común. ¿Acaso me has visto a mí llegar tarde algún día?
Trabajador: Pero usted tiene un Lada.
Fidel: ¡Porque es fundamental para mi función de dirigente! Porque me paso la vida viajando a las provincias más remotas y haciendo mil gestiones administrativas… Todavía estamos en el socialismo y la premisa es “dé cada cual según su capacidad, reciba cada cual según su trabajo,” como dijera Carlos Marx. (Golpea el libro.) Cuando lleguemos al comunismo será “reciba cada cual según sus necesidades.” Entonces todos tendremos Ladas.
Trabajador: Sí, pero mientras tanto...
Fidel: Mientras tanto, mira a ver si para el próximo trimestre te ganas una bicicleta china. Pero necesitas acumular méritos laborales y lo primero es llegar puntual, a las ocho de la mañana. Si no pasan las guaguas, te levantas un poco más temprano y te mandas a pie para acá.
Trabajador (indignado): ¿A pie? ¿Usted está loco? Acuérdese de que yo vivo en lo último de Marianao. Se me van dos horas en llegar, como no me ponga un cohete en las nalgas.
Fidel: Bueno, chico, no hay atajo sin trabajo.
Trabajador: ¿Y desde cuándo una cochina bicicleta es un atajo hacia ningún lugar? ¡Atajo pal carajo!
Fidel: Déjate de faltas de respeto.
Trabajador: Mire, si tengo que venir a pie mejor me bota de una vez, porque bastante flaco que está uno para tanto ejercicio por gusto.
Fidel (sin prestarle atención, hojeando de nuevo El Capital): Este momento histórico es coyuntural y hay que estar a su altura.
Trabajador (resignado): Como usted diga... (Pausita.) Oiga, ¿y de la merienda qué?
Fidel: De ese tema hablamos en la asamblea sindical de la semana pasada. Asamblea a la que no asististe, por cierto. La venta de los panes con croqueta en la merienda está suspendida hasta nuevo aviso. Es decir, hasta que llegue a puerto un barco vietnamita que trae carne enlatada para preparar las croquetas.
Trabajador: ¿Y el barco ese ya salió de Viet Nam o está todavía construyéndose en los astilleros Ho Chi Minh?
Fidel: ¡Está bueno ya, carijo! Vamos a dejar las preguntas indiscretas y el relajo, que el horno no está para galletas dulces. Se acabó la conversación.
Corte.
Escena II: Exterior
La salida del aeropuerto de Gander, Canadá. Pasajeros que pasan con maletas; taxis que se detienen a dejar o a recoger a alguien. Una periodista de la CTV se acerca a Fidel con un micrófono en la mano.
Periodista: Bienvenido, señor Carballo. Welcome to Gander! Últimamente parece que cada dos semanas tenemos a un nuevo refugiado cubano aquí. ¿Me permite hacerle una breve entrevista?
Fidel (inflando el pecho): Por supuesto.
Periodista: ¿Qué lo ha impulsado a pedir asilo político?
Fidel: Bueno, el deseo de ofrecerle una vida mejor a mi familia. Y... y de vivir en libertad. Porque yo soy un partidario ferviente de la libertad. Detesto la opresión, las dictaduras y el totalitarismo.
Periodista: ¿Cómo consiguió salir de la isla?
Fidel: Muchacha, aquello fue una odisea espacial... (Le toca un brazo, confianzudo. La periodista se sorprende de esta excesiva familiaridad y se aparta, incómoda.) ¡Dificilísimo! Imagínate que por poco me llevan preso media hora antes de subir al avión.
Periodista: ¿Por qué?
Fidel: Ah, porque me afilié a un grupo defensor de los derechos humanos y tú sabes que allá eso es candela viva.
Periodista: ¿Candela viva?
Fidel (Didáctico): Candela significa que hay riesgos graves, mi amor, que es algo peligroso. Yo me he jugado la vida por mis principios.
Periodista: Pero usted viajaba a Beijing representando al gobierno de su país, ¿no es cierto?
Fidel (evasivo): Representando, no. No confundas. Yo era... esto... yo tenía un cargo ahí, nada de importancia. Un puestecito de tercera categoría. Pero como protestaba por los problemas que había y sobre todo por el abuso contra los obreros, que no contaban ni siquiera con un transporte seguro para llegar al trabajo, me dieron este viaje. Para callarme la boca y que no siguiera en la oposición, ¿te das cuenta?
Periodista: Entonces, ¿usted se considera opositor al gobierno de Castro?
Fidel: Desde luego que sí, me considero súper opositor. Opositor encarnizado, vaya.
Periodista: ¿Cómo se las arregló para conservar su cargo?
Fidel: Eso es muy largo de explicar, especialmente si tú no eres de Cuba. Es complejo.
Periodista: Hable, hable sin temor. Canadá es un país libre y aquí puede usted decir lo que quiera.
Fidel (buscando una salida rápida): Es que no quiero comprometer a otras personas que siguen todavía en la isla.
Periodista: No tiene que mencionar nombres.
Fidel: Haz el favor de pasar a otro asunto, chica.
Periodista (insistente): No comprendo su reticencia, señor Carballo. Si usted pertenecía a la oposición, ¿cómo le permitían viajar con toda su familia y a China nada menos?
Fidel: ¡Está bueno ya, carijo! Vamos a dejar las preguntas indiscretas y el relajo, que el horno no está para galletas dulces. Se acabó la conversación.
Voz de Fidel en off: Visto así, descarnadamente, parece que yo siempre he sido un hijo de puta de cinco estrellas, un sinvergüenza, un oportunista total. Pero en Cuba, compréndanme, tenía que conservar mi puesto, porque de eso vivía. Y en Canadá no me quedaba más remedio que empezar una nueva existencia, con otro yo. En fin, que ya me habéis oído. Y si me condenáis, no importa. Como dijera mi tocayo: ¡la historia me absolverá!
Corte.
Teresa Dovalpage
Biografía
Indice La Peregrina Magazine (c) 2010
Con Teresa Dovalpage (La Habana, 1966) siempre pasa lo mismo: su escritura es como las inclemencias del tiempo, te sorprende leyéndola de un tirón, te acorrala en un callejón sin salida, te saca la carcajada sin que puedas hacer nada para evitarlo. Su novela El Difunto Fidel, que ganó el premio de novela corta Rincón de la Victoria en Málaga el año pasado y acaba de ser publicada por la Editorial Iduna, es un excelente retrato de Miami, la ciudad que define como “un pantano lleno de cocodrilos” y también, un tanto irónicamente, como “un paraíso para cualquiera que venga de Kansas.” Y quizás para cualquiera que venga de La Habana también...
La obra es un retrato de ese “otro yo” que se construye el cubano fuera de Cuba, al menos el emigrante de los noventa. Por otra parte, la novela constituye un viaje a nuestra cultura, la de allá y la de aquí. No había leído nada tan actual sobre Miami, y mucho menos nada escrito con ese desenfado. Es un texto sincero, sin medias tintas, al estilo de su autora, que tiene por costumbre llamar al pan, pan, y al vino, vino. ¿Y qué mejor pretexto que la muerte para darle comienzo? ¿Qué mejor lugar que una botánica de la Calle Ocho para abrir una novela en que se mezclan la realidad y la fantasía de una ciudad que se ha construido a golpes de sueños y de bienes raíces inflados hasta la estratósfera?
Por otra parte, esta novela cae dentro del género de la “literatura del exilio,” definida por Dieter Ingenschay en Exilio, insilio y diáspora. La literatura cubana en la época de las literaturas sin residencia fija: “Las literaturas del exilio se deben al terror del siglo pasado; son la reacción más concreta y palpable contra las dictaduras, son los foros por excelencia para discutir, acusar y procesar las catástrofes históricas, para articular y mantener la memoria, para convertir la persecución y el trauma en experiencia artística, literaria.”
El trauma y la persecución, sin embargo, están vistos desde una óptica juguetona, sin ánimo de pontificar. Me quedo con frases que enseñan: “…En fin, que Miami tiene más castas que la India.” Y me quedo también con una definición de “dirigente” que puede ser muy educativa para los que no han vivido en Cuba: “Ser dirigente es un cargo sumamente ecléctico, mezcla de administrador con líder político con actor de telenovela. Es un puesto utilísimo en la isla, pero que no sirve para nada fuera de ella.” Éstos son dos ejemplos que demuestran que la autora sabe de lo que está hablando. O escribiendo.
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Niurka Dreke es abogada y escritora. Estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Tiene un Máster en Relaciones Internacionales, realizado en la Universidad Nacional de la Plata, Buenos Aires, Argentina, donde fue columnista de la Revista del Instituto. Su permanencia de ocho años en Buenos Aires y sus residencias en varias ciudades de los Estados Unidos, -Pennsylvania, Miami, y San Diego-, le permitió lo que ella misma describe como “ver el mundo desde afuera, y encuadernarlo”. Tiene un blog personal, "La vida es un bolero", donde escribe “A quemarropas" y ha colaborado con Letralia, tierra de letras, donde ha publicado varios artículos y cuentos.