Ha sido estudiada en muy diversos aspectos
nuestra poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, ya en ligeras impresiones o
artículos, ya en ensayos que aspiran a ser completos; y, al examinar el valor
de su obra literaria, unos han apreciado en ella la ternura y el ímpetu,
señalando la dualidad de su temperamento, imbele como de mujer y fuerte como de
hombre; otros, han visto en la hija del Camagüey la superioridad de la poesía
que infundió vida a la lírica castellana; aquellos, han apreciado la
transparencia de su teatro al imprimirle nuevo derrotero a la tragedia
española; éstos, la supremacía de la novelista o el encanto de la narradora.
Nadie, con la importancia que el caso
requiere, estudia en la Avellaneda al artista que dio nuevas cadencias a la
métrica. El señor Mariano Aramburu y Machado dedica 285 páginas a la crítica de
la personalidad literaria de la Avellaneda, y en ellas habla sin unidad de
criterio, y ocasionalmente, de la versificadora.
Refiriéndose en el fondo a la duplicidad
del temperamento de Tula, antes que al manejo del verso, escribe:
Pero aquellos suaves acentos y
aquellas dulces melodías con que supo dar
artísticos matices a las expansiones
de una afección serena, no fueron las
últimas de su arpa divina, como la
poetisa con evidente errror anunciaba;
todavía quedaban en el sonoro
instrumento secretos de armonía y vibraciones
de amor, todavía sus cuerdas guardaban
suspiros que serían exhalados al soplo
de la brisa, y su caja de resonancia
encerraba conciertos que difundirían por el
espacio sus ecos fragorosos, al choque
de bramadores huracanes.
Más adelante, contrayéndose a cómo la
poetisa cubana sintió y comprendió la Naturaleza, expone:
y canta en lindas y primorosas
descripciones, esmaltadas con frases de oriental
galanura y dulce melancolía, y
bordadas con la destreza y facilidad de una
versificación suelta, tersa y clara,
justamente elevada al rango de inmejorable
modelo.
Fijo en la multiplicidad de asuntos que
movió su lira, dice:
Es la novedad y armonía del metro,
que lanza majestuoso y brillante sus
rítmicos acentos en aquella magistral
"invocación a los espíritus de la noche",
fragmento de un poema que la autora
condenó a la destrucción, salvado
merced a la solicitud de amigos
cariñosos, admiradores de su belleza.
Y al resumir las cualidades que adornan a
la Avellaneda como poeta lírico, manifiesta que su "lírica se vistió con todas
las galanas formas de una métrica siempre sonora".
En síntesis: que juega con los vocablos
armonía y melodía; que tiene por fluida y sonora la métrica de la Avellaneda, y
que estima como una novedad rítmica los acentos de la "Invocación a los
espíritus de la noche", elemental combinación de endecasílabos esdrújulos y
agudos.
Juan Nicasio Gallego se contenta con
afirmar que la Avellaneda poseía una "
versificación siempre igual, armoniosa
y robusta", que es no decir nada. Nicomedes Pastor Ríos es el único que
señala (señala nada más) algo importante con respecto al motivo de estas
páginas. Escribe, en la noticia biográfica que redactó acerca de la hija del
Tínima, que "
para ellos (sus admiradores) cada oda será un acontecimiento,
cada página una aventura, cada drama una sorprendente peripecia, cada nuevo
pensamiento, cada combinación métrica inventada, una aparición brillante y con
estrepitosos aplausos acogida"
Con efecto, la Avellaneda inventaba
combinaciones métricas, sacando de la vieja cantera nuevos metales sonoros,
nuevas pedrerías musicales. Si la dulzura de sus sentimientos, de la que dio
pruebas con la lira y con la vida, le arrancó acciones nobles y versos
añorantes, el arrebato la impulsó a empresas vigorosas, empleando el numen en
elevadas justas del pensamiento y la reserva de su energía mental para el
acometimiento de reformas e innovaciones del arte métrica, celebradas por los
que se movían en el mismo plano que ella, tal vez motejadas por los roedores
impenitentes de la literatura.
Mas es el caso que este aspecto de la
Avellaneda, para mí tan importante como cualquier otro de los muchos que
ostentó, no ha sido analizado por los que con más detenimiento han puesto mano
a especulaciones acerca de nuestra Safo. Y en verdad que la Avellaneda fue una
metrificadora consciente; que preparó con clarividencia propia de elegida la
base de sustentación sobre la que había de echar otros pórticos y pilares en el
edificio de nuestra versificación.
Se inicia en el manejo de las unidades
métricas, para luego abordar la composición de versos complejos o múltiples;
reduce a diversas formas pretéritas; inventa versos que antes de ella jamás
sonaron en nuestros oídos; y fabrica –panal constante- nuevas estrofas. Esa
vena de fonética versal, de instrumentación lírica, no ha sido expuesta ni
desentrañada. Aventurarme en semejante empresa es el motivo de este trabajo. Me
asiento, para hacerlo, en el tomo primero de las obras completas de la
Avellaneda, único que he estudiado, y que contiene casi toda la labor lírica de
nuestra poetisa.
DEL VERSO
Tomemos primeramente el verso en sí, según
el proceso que siguió la Avellaneda en busca de distintas armonías. Puesto que
de él hizo mucho uso como múltiplo, comenzaré por citar el pie trisílabo:
Brindándole
al mundo
profundo
solaz,
derraman
los
sueños
beleños
de paz.
( La noche de insomnio)
La estructura trisilábica le sirve para
formar el exasílabo, abundante en su lírica, y del que sacó mejor partido que
todos los poetas que le antecedieron:
Ingrata
señora
de esta
alma rendida,
no cabe
mi vida
tu fiero
desdén.
El
llanto que vierto
mi vista
obscurece.
mi tez
palidece,
marchita
mi sien.
(La
serenata del poeta)
El mismo exasílabo, con distintos acentos
rítmicos mezclados, bien que la autora procede así por excepción:
Palacios
y chozas,
campos y ciudad,
brutos,
aves, hombres,
todo
duerme ya;
que
cubren las sombras
del cielo la faz,
y
guardan silencio
los
vientos y el mar.
(Los duendes)
El triplo de ese mismo pie es la base de
su endecasílabo:
Ni un
eco se escucha, ni un ave
respira,
turbando la calma;
silencio
tan hondo, tan grave,
suspende el
aliento del alma.
(La noche de insomnio)
No se satisface con esto la Avellaneda y
compone el dodecasílabo, tomando siempre como fundamento el verso trisílabo:
Cual
virgen que el beso de amor lisonjero
recibe
agitada con dulce rubor,
del rey
de los astros al rayo primero
natura
palpita bañada de albor.
(La noche de insomnio)
Hasta aquí, si se quiere, no hay novedad
alguna, a no ser la de atribuirle a nuestra poetisa claro conocimiento en los
asuntos de métrica, puesto que los versos citados, con mejor o peor fortuna,
han sido manejados por algunos poetas castellanos anteriores a ella. Pero ahora
estamos en presencia de un verso nuevo, inventado por Tula, verso hecho con el
mismo elemento de tres sílabas y formado de un exasílabo, como lo causa el
ictus; regalándonos su pluma, por vez primera, con la cadencia inaudita del
verso de quince sílabas:
¡ Qué
horrible me fuera, brillando tu fuego fecundo,
cerrar
estos ojos, que nunca se cansan de verte;
en tanto
que ardiente brotase la vida en el mundo,
cuajada sintiendo la sangre por
hielo de muerte!
(La noche de insomnio)
No se detiene aquí; y en vez de coordinar
dos octosílabos para hacer el verso compuesto de diez y seis, inventa su
alejandrino con un elemento de diez (cuatro y seis) y otro de seis:
¡
Guarde, guarde la noche callada –sus sombras de duelo,
hasta el
triste momento del sueño que nunca termina;
y aunque
hiera mis ojos, cansados por largo desvelo,
dale ¡oh
sol!
A mi frente, ya
mustia, tu llama divina!
No obstante, la autonomía de la cláusula
trisilábica en tan perfecta dentro de la unidad del verso, que de este
alejandrino pueden aceptarse distintas censuras en virtud de la vida propia que
tienen sus elementos costitutivos y de la diversa distribución de acentos
rítmicos que admite.
Así con elementos de cuatro y doce:
Guarde,
guarde –la noche callada sus sombras de duelo,
O de seis y nueve:
Guarde,
guarde la noche –callada sus sombras de duelo,
O de cuatro y tres:
Guarde,
guarde –la noche-callada-sus sombras-de duelo,
He aquí lo que con un elemento simple
puede hacer un poeta inteligente, no un improvisado declamador de amorcillos
insubstanciales. Mas volvamos a la Avellaneda. En "Paseo por el Betis", ensaya
el cuadrasílabo:
Ya
del Betis
por la
orilla
mi
barquilla
libre va,
y las
auras
dulcemente
por mi
frente
soplan
ya.
Utiliza los elementos de cuatro y seis
para formar un decasílabo:
Es el
alba! Se alejan las sombras,
y con
nubes de azul y arrebol
se
matizan etéreas alfombras
donde el trono se
asente del sol.
(La noche de insomnio)
En más de una perspectiva de texto,
aparecen (como para probar la ineficacia de esta obra) citados como versos de
trece sílabas unos pareados de Tomás de Iriarte, de la fábula "La campana y el
esquilón" tal vez porque el autor puso entre el número ordinal de la
composición y el título un paréntesis que dice: "pareados de trece y doce sílabas,
a la francesa". Y se necesita tener un oído de tapia para no percibir los dos
martillazos de las catorce sílabas del alejandrino:
En
cierta catedral una campana había,
que sólo
se tocaba algún solemne día.
Con el
más recio son, con pausado compás
cuatro
golpes o tres solía dar no más.
Son todos los de la fábula citada, de
catorce. De trece no hubo un castellano hasta que la Avellaneda, casando el
cuadrasílabo con el eneasílabo, lo compuso; porque hay que desconectar los que
aparecen, entre otros de catorce, en composiciones de algunos clásicos, como en
las del Arcipestre de Hita, que son pruebas evidentes de impericia y de
ignorancia. En cambio, ¡cuán hermosos los de la cubana!:
En
incendio la esfera zafírea que surcas,
ya,
convierte tu lumbre radiante y fecunda,
y aun la pena
que el alma dstroza profunda,
se
suspende mirando tu marcha triunfal.
(La
noche de insomnio)
¿Y qué hizo, digo yo (aunque interrogo por
un caso de ecolalia), Rubén Darío al escribir su "Marcha triunfal"? Después de
expuestos los modos a que sometió la Avellaneda el exasílabo, se advierte que
Darío planeo sobre la tierra roturada por otro. Le dio soltura, vaguedad y
destreza al exasílabo, ya multiplicándolo, ya subdividiéndolo:
Al que ama la insignia
del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el
acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del
gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por
ser por la patria inmortal,
saludan con voces de bronce
las trompas de guerra que tocan
la marcha triunfal!...
La Avellaneda maneja el pentasílabo en "A
mi jilguero":
Mas no me escucha,
que
tristemente
gira
doliente
por su
prisión.
Troncha
las hojas,
pica la reja,
luego se
aleja
con
aflicción.
Multiplica por dos este verso y tiene un
metro de diez:
Por
eso adornan la inmensa bóveda
nuestros
destellos con franjas de oro,
y
estremecidas vertemos pródigas
de la
luz cambiante, el aljófar lloro.
(Serenata
de Cuba)
Escribe versos de siete sílabas, en los
que rompe a veces la monotonía del acento isícronamente distribuido, por lo que
convierte algunos, con el cambio de cadencia, en el hemistiquio del alejandrino
neoclásico, llamado también alejandrino francés:
El
sol vierte su lumbre
en nubes
de oro y grata;
la tierra se engalana,
vestida
de verdor;
con
traje caprichoso,
de su
perro seguido,
sale al
campo florido
gallardo
cazador.
(El cazador)
Sírvase, la Avellaneda del alejandrino de
catorce sílabas; mas celosa de la melodía, y fiel al patrón zorrillesco, en
alguna composición, como en "El mar", aleja por completo del primitivo de
Berceo, no quebranta nunca el ritmo, por el acento invariable de la segunda
sílaba de cada hemistiquio:
Suspende, Mar, suspende
tu eterno movimiento,
por un instante acalla el
hórrido bramar,
y pueda sin espanto medirte
el pensamiento,
o en tu húmeda llanura
tranquilo descansar.
(El Mar)
A veces, rompe la cadencia clásica en
algún hemistiquio:
Pronta a ver al esposo
trocarse en asesino,
pálida, y hasta el suelo
doblada la cerviz,
vencida, encadenada, te
ofreces al destino,
bella y triste Polonia, por
víctima infeliz
(Polonia)
Diestra en el manejo de los versos de
siete y cinco, escribe en seguidillas "Las almas hermanas". Descontenta con
esto, se aventura a algo más, y tomando esos mismos elementos hace un nuevo
dodecasílabo. En él escribe "A una joven madre," "En el álbum de la condesa de
San Antonio"; y, en 1860, "A las cubanas". Esta composición comienza así:
Respiro entre vosotras,
¡oh hermanas mías!
Pasados de la ausencia los
largos días,
y al blando
aliento
de vuestro amor el alma
revivir siento.
No hay que devanarse los sesos para
reducir esta estrofa a una seguidilla:
Respiro
entre vosostras
¡oh
hermanas mías!
pasados
de la ausencia
los
largos días,
y al
blando aliento
de
vuestro amor al alma
revivir
siento.
Carlos Fernández Shaw, en España, año de
1886, manejó este dodecasílabo:
También sintió la falta
–de tus amores,
y, como yo, suspira tan
solitario.
¡ Ay! A pesar de todo
vuelven las flores,
y cantan las alondras, los
ruiseñores...
(Tardes de abril y mayo)
Mas, ¿quién había descompuesto antes que
la Avellaneda la seguidilla bajo la forma de tres dodecasílabos y un heptasílabo?
Suya es la gloria de la invención de este nuevo metro, utilizado copiosamente
por los poetas innovadores de América, a partir de Rubén Darío, que inserta en
su libro
Azul (año de 1888) dos sonetos escritos en este verso, conocido
por dodecasílabo o metro de seguidilla, por su procedencia:
Tu cuarteto es cuadriga
de águlas bravas
que aman las tempestades,
los Océanos;
las pesadas tizonas, las
férreas clavas,
son las armas forjadas para
tus manos.
(Rubén Darío, "Salvador Díaz Mirón)
Usufructuó la unidad rítmica de ocho; y
adueñada en absoluto de la de seis, pronto entró la Avellaneda en ellas el
oringen de un distinto verso e inventó un Alejandrino de catorce con elementos
de ocho y seis:
Sale la aurora risueña,
-de flores vestida,
dándole al cielo y al campo
variado color;
todo se anima sintiendo brotar
nueva vida,
cantan las aves, y el aura
suspira de amor.
(Soledad del alma)
Subtitulada "Melopea" esta poesía, la
autora la dedicó a la señorita Rosario de Lora y Castro, quien la arregló a
música y la recitó al piano. Y tanto los versos de quince como los de catorce,
de esta pieza, tienen tal sugestión instrumental que por sí solos son una
cadenciosa melopea. Principalmente los de catorca, wagnerizados por una armonía
tan natural que encierran palpitaciones acústicas de címbalos y timbales.
COMBINACIONES DE VERSOS
Mostró la Avellaneda su inventiva no sólo
en la ideación de nuevos versos, sino también en el derroche de combinaciones
felicísimas que hizo. En "La fantasía de la noche de insomnio" no hay
combinaciones; pero es una mina de ritmos. Los románticos fueron dados a estas lides del ingenio, en las que ponían a
tributo la gradación del metro haciéndolo ascender y descender, o ascender
solamente, para dejarnos testimonio de cuanto en la materia llegaron a
alcanzar. Algunas de semejantes tentativas no son para asombrar a nadie y
acusan facultades bien modestas.
Andrés Bello tradujo de Victor Hugo "Los
duendes" y tomó del poeta francés la gradación del metro. Zorrilla y Espronceda
tienen ensayos de esta laya. El Duque de Rivas y Eulogio Florentino Sans,
también. De Cuba recuerdo a Diego Vicente Tejera y a Luaces. La Avellaneda se
lleva la palma entre los que conozco. Valida de divisores, unidades rítmicas o
múltiplos, tiene, en la precitada "Fantasía", desde los de tres hasta los de
diez y seis sílabas, en numeración consecutiva; mostrando con ellos la más rica
concurrencia de versos. Hay variedad, aunque no tanta, en "Serenata de Cuba",
que tiene versos de 5,6,7,8,9 y 12 sílabas. Y en "La serenata del poeta" los
tiene de 4,6,8 y 12. Son éstas las tres piezas en que se muestra nuestra
poetisa más partidaria de la metrificación heteróclita.
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